La semana pasada veíamos a Juan el Bautista
presentándonos a Jesús como el Mesías, el Ungido de Dios, el que bautiza con
Espíritu Santo. Ya puede morir tranquilo, ha cumplido la misión de preparar el
camino del Señor. Ahora ya puede retirarse humildemente con la labor realizada.
Hoy el evangelio da por concluida la misión de Juan
el Bautista al ser encarcelado, y comienza la misión de Jesús. Y lo hace
curiosamente en tierra de gentiles, gente considerada impura por los judíos,
zona sospechosa, la Galilea de los gentiles. Desde el principio, Jesús deja
claro a qué ha venido y qué mensaje nos quiere transmitir. No hay duda de que
Jesús anunció la llegada inminente del Reino de Dios, del Proyecto de Dios
sobre la humanidad, de los que iban a tener preferencia, los pobres, los
rechazados, los excluidos, los oficialmente no religiosos. Pero un Proyecto así
no se acepta tan fácilmente porque supone un choque con la mentalidad del
mundo de entonces y de ahora.
Y Jesús lo
sabe. De ahí su llamada a la conversión, al cambio de mentalidad y de actitud.
Sin esta conversión del corazón no es posible aceptar y vivir el Reino de Dios.
Sólo desde este deseo de cambio, Dios puede entrar en nuestras vidas y
llamarnos, como lo hizo con los primeros discípulos, a los que no les exige
nada más, ni que sean los más listos ni los más santos, sino que estén
dispuestos a responder a la llamada de Jesús, que se dejen transformar por su
amor y den un cambio de rumbo a sus vidas. De incultos pescadores hará de ellos
nada menos que expertos en humanidad. Para entrar en el Reino de Dios no hacen
faltan los títulos ni los méritos humanos, hace falta la humildad, la
generosidad, la fe, el amor.
Jesús sigue llamando hoy, invita, propone. Lo hace
cada día, en momentos extraordinarios y en los momentos más cotidianos de la
vida. Nos llamó un día a la fe, y nos sigue llamando a mantener encendida esa
llama de la fe. No nos deja que nos durmamos, que hagamos de nuestra fe un simple
cumplimiento evasivo de ritos. Nos quiere despiertos, atentos, dispuestos al SÍ
de cada día. Nos llama no porque seamos buenos ni santos, sino porque nos ama y
cuenta con nosotros. Nos llama a pesar de nuestras caídas, de nuestras
mediocridades, de nuestros orgullos, de nuestra falta de oración, de nuestro
escaso compromiso. Es cabezón, es tozudo, sigue confiando en que nos dejemos
transformar y guiar por él.
Tiene la osadía humilde de acercarse y pedirnos lo
mejor que podamos darle, a pesar de que seguimos guardando tantas cosas que nos
resistimos a entregarle, a pesar de que sabemos que todo lo que le demos él lo
cambiará por el oro de la auténtica felicidad, la felicidad de darnos a los
demás.
Y vamos luego lamentándonos como el mendigo del
cuento de Tagore. Nos quejamos de la pobre vida cristiana que llevamos, del
poco ejemplo que damos, de lo poco comprometidos que estamos. Pero es que no le
dejamos a él que nos cambie y nos convierta a su Proyecto de amor, de justicia,
de paz, de perdón, de solidaridad.
No tengamos miedo, dejemos que la llamada del Señor
resuene hoy en nuestros corazones. Digámosle que lo seguimos amando y que
queremos seguir intentado pasar por el mundo como pasó Él: haciendo el bien,
transmitiendo vida, contagiando salud, sembrando esperanza, aliviando
sufrimientos, repartiendo el pan de la Palabra y el pan material, compartiendo
con los más humildes, acogiendo a los más necesitados.
Anímate en este día y en la semana a decir a Jesús:
“Aquí me tienes, Señor, vuélveme a llamar. Ya me conoces, ya sabes de mis
debilidades, pero también sabes que te quiero y que quiero seguirte. Confío en
ti, ayuda mi poca fe y cuenta conmigo”. ¡FELIZ SEMANA Y GENEROSO SEGUIMIENTO DE
CRISTO!
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